martes, 8 de octubre de 2013

Reforma o revolución

Se puede creer que el sistema en el que vivimos es el equivocado que nos lleva al abismo y desear por tanto que desaparezca y empezar a construir otro desde cero, o por el contrario pensar que tiene cosas buenas y sólo hay que hacer cambios en algunos aspectos para conseguir una vida mejor. Ésa es la diferencia entre revolucionario y reformista y se ha ido haciendo cada vez más evidente en este último año debido a la crisis económica.
Desde la aparición de 15M, DRY y demás movimientos ciudadanos, ha ido aumentando la gente que se llena la boca hablando de cambiar el sistema, revoluciones para los obreros y de lo importante que es lo que ellos predican, pero a la hora de poner las cartas sobre la mesa la mayoría se revelan como reformistas moderados que sólo quieren que se modifique lo que a ellos o a su entorno más cercano les influye personalmente, es gente que en ningún caso aceptaría, por ejemplo, un empeoramiento de su nivel de vida que sirviera para mejorar el de un país lejano. Pero ¿dónde estaban cuando parafraseando a Aznar "España iba bien" teníamos vacaciones en destinos exóticos, dos coches, casa en la playa y además te ofrecían un trabajo de 1200 euros al mes y parecía poco? En ese momento, no tan lejano por cierto, a ninguno de ellos le preocupaba la tan manida Ley d'Hont ni les molestaba que los políticos tuvieran sueldos vitalicios o gastos extra imposibles de justificar. Pero ahora se han acabado los chollos, hay que apretarse el cinturón y vienen las protestas, les empiezan a parecer mal las mayorías absolutas del PPSOE o injusto que un diputado se gaste en dietas un dinero que el Estado no tiene. A mí también me parece mal, por supuesto, pero no porque ahora estén las cosas difíciles, si no porque siempre me lo ha parecido y me lo seguirá pareciendo aunque vuelvan las supuestas vacas gordas y a casi todos los que ahora quieren dar lecciones de revolución se les olviden sus consignas. El problema no es que cuatro politicuchos gasten de más o estafen a los ciudadanos sino un sistema que les permite hacerlo y que incluso les premia por ello. Ese capitalismo feroz que trata de abarcar el máximo posible, pasando por encima de las personas, un capital para el que no existen fronteras, porque el dinero puede viajar a cualquier país sin que nadie le pida los papeles, porque nos han convencido de que es bueno que el dinero fluya y es normal que los empresarios tengan cuentas en paraísos fiscales sobre las que los gobiernos no tengan capacidad de operar.

Y ése es el sistema que los reformistas quieren mantener, piensan que con listas abiertas, control de la corrupción y mantener la seguridad social será suficiente para tener una vida más o menos estable, sin darse cuenta que mientras el sistema lo permita y esté basado en el dinero habrá corruptos, empresarios explotadores y gente que no tenga para comer. Dicen que el objetivo es ir a mejor, sin pararse a pensar si de verdad ir a mejor es tener 2 coches, un apartamento en Torrevieja y poder llevar a tus hijos a un colegio de pago,o si eso sólo es lo que otros les han hecho creer. Para mí en cambio, ir a mejor es conseguir que todos lleguemos a un nivel de vida razonable, que no haya por ejemplo inmigrantes sin papeles que no puedan trabajar, que no exista gente durmiendo en la calle por necesidad, o que los gastos principales del estado sean la sanidad y la educación públicas para todos los ciudadanos y no la Iglesia y el ejercito. En resumen, un nuevo sistema de organización y de vida, que respete a las personas por encima del dinero.

Pero de momento ese cambio es inviable, hay demasiados elementos en contra. Por un lado lógicamente los poderosos mandatarios económicos que bajo ningún concepto querrán ver reducidos sus beneficios o tren de vida en pos de una mejora general, y por otro esos millones de obreros a los que engañan con la posibilidad de un futuro mejor y la falsa esperanza de que trabajando por y para el capital conseguirán llegar a ser adinerados empresarios. Los primeros son fácilmente eliminados de la ecuación, el pueblo puede obligarles a dejar sus actividades, ceder terrenos, vaciar sus cuentas, por las buenas o por la fuerza. Pero los segundos son el gran problema, todos esos que trabajan por mil euros pero no toleran que a un millonario se le expropien sus beneficios porque les han inculcado a fuego que no hay nada por encima de la propiedad privada ni siquiera las personas y sueñan con ser ese millonario algún día, así que defienden a capa y espada a los que les explotan y al sistema injusto que lo permite. Ese debe ser el caballo de batalla de cualquier movimiento social que pretenda un cambio real de sistema, convencer a todos esos obreros explotados de que su futuro no será convertirse en adinerados, si no que estarán toda la vida trabajando para el mejor postor, con una falsa creencia de riqueza y progreso a costa de acumular cosas materiales que creen imprescindibles en su vida gracias a la televisión y demás medios de comunicacion.

Eso es lo que tenemos que pararnos a pensar antes de seguir la lucha, si queremos reforma o revolución, si nuestro objetivo es volver al "España va bien " donde escondíamos a los pobres debajo de las alfombras y nos creíamos ricos por tener un coche en el garaje o si lo que buscamos es un sistema nuevo desde cero, en el que lo básico sea vivir y no producir. Porque no es igual. Si queremos un sistema nuevo por completo no podemos permitirnos el lujo de no definirnos, decir que se puede luchar desde dentro, o levantar las manos y regalar flores a los antidisturbios que vengan a impedirnos avanzar. Porque una auténtica revolución necesita entrega, lucha activa en la calle, el mismo nivel de acción que de reflexión, y sobre todo tener las cosas claras y exigirlas firmemente.
El 12 de mayo podemos gritar eso de "que no nos representan" levantar las manos, sentarnos a meditar y volver a casa engañándonos y pensando que hemos avanzado. O podemos (por fin) poner las cartas sobre la mesa y no salir de las calles hasta conseguir todo lo que nos hemos propuesto. Está en nuestras manos, en las de nadie más
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